El paso del fin de semana y la cumbre realizada en Chile
no borran de la primera página de la actualidad la extraordinaria convulsión
que vive España como consecuencia del afloramiento de una dinámica de
corrupción que ha dañado radicalmente nuestra credibilidad como país y la
estructura misma de las instituciones, por no hablar del deterioro de la
confianza ciudadana en las instituciones, el sistema democrático y la
responsabilidad de la administración para gestionar los intereses públicos con
solvencia.
La constante insistencia en la gravedad de la situación y
la aparición continua de más y más casos que multiplican siempre el montante de
lo defraudado, no pueden vacunar a la sociedad civil de una reacción radical
contra semejante realidad, y debe, por el contrario, significar una reacción
social que niegue la de forma tajante la convivencia con estas prácticas.
La transversalidad de las fechorías, cada una de ellas
con el significado particular que aportan a esta particular historia de la
infamia, significa que el modelo democrático que tanto trabajo costó instaurar
en nuestro país necesita una urgente y profunda revisión que vaya más allá de
los continuos paños calientes a los que nos tienen acostumbrados.
Así que, encaramados a lo abrupto de una nueva semana que
promete repetir de nuevo la vigencia de las historias de los indeseables,
debemos como ciudadanos con responsabilidad cívica responder con contundencia a
algo más que las encuestas; debemos reaccionar de forma contundente ante los
partidos políticos y exigirles una inmediata rectificación de sus conductas, de
las zonas de sobra donde se enriquecen los hoy sospechosos y todos los espacios
de impunidad a los que se han acostumbrado con la cantinela justificadora del
interés público y la democracia representativa.
La salida de tono, ingenua, ridícula e histriónica de
Óscar López, segundo en la jerarquía socialista, acusando a su hasta ayer mismo
colaborador Carlos Mulas como golfo, y reclamando del PP una actitud similar,
no hace más que producir el efecto contrario: dar por sentado la existencia
natural de golfos en las filas de ambos y el duelo entre los dos para ver
quién, siempre demasiado tarde, tiene una conducta más ‘chula’ frente a ellos.
Bárcenas y Mulas son dos comportamientos parecidos en su
significado de burla a la democracia, a la política, a la sociedad y a la
confianza ciudadana. Bárcenas, López Viejo y otros dirigentes del PP bajo
sospecha de sobres y de regularización de dinero opaco al amparo del señor
Montoro, en comparación con el patético Mulas – y sus no menos patéticos jefes
directos – tienen un elevado grado de conocimiento de las estrategias para
hacerse con dinero, evadirlo y regularizarlo. Mulas, por el contrario, lo que
pone en evidencia es la penuria moral del que presumía de conocer las claves
para salvar a los españoles, mientras arañaba con enfermiza mediocridad un
presupuesto con el que Bárcenas y López Viejo, presuntamente, se encendían los
puros mientras contaban su dinero.